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jueves, 1 de febrero de 2018

Hyperbórea

Hablar de Hyperbórea supone por lo menos dos cuestiones distintas, pero no incompatibles.  Hyperbórea es, por una parte, una leyenda de la que nos cuentan, de antiguo, los poetas, historiadores, sabios y filósofos griegos.  Pero Hyperbórea es también un arquetipo, un símbolo, una realidad trascendente que hace referencia a la conquista de un ideal, a la búsqueda de un tesoro espiritual.   

Entre estas dos Hyperbóreas es posible  dibujar un cuadro de paralelismos, correspondencias y sincronías.   Demás está decir que ese cuadro no se explica por sí solo.  La realidad trascendental a la que hace referencia Hyperbórea supone estar familiarizado, medianamente, con la naturaleza arquetípica del mito y saber, además, de cuestiones tales como sincronicidad o correspondencias analógicas.  Como sabemos que ello, en un alto porcentaje, no es así, el camino de exposición que haremos supondrá detenernos, cada vez que ello se haga necesario, en todos aquellos conceptos que, de un modo u otro, constituyen la matriz o marco de comprensión de este asunto.  Así, esperamos ir desplegando una inteligencia más comprensiva del Mito de Hyperbórea, y hacer luz sobre una serie de cuestiones que atañen, de manera definitiva, el destino del hombre de nuestros días.

La Leyenda de Hyperbórea

Las noticias sobre Hyperbórea nos llegan desde los tiempos más remotos y son los griegos los primeros en informarnos sobre ella.  Pese a que no existe uniformidad de criterios acerca del mito, todos los relatos parecen coincidir en que se trata de una isla o región ubicada en el más extremo septentrión.  Este pequeño dato es la base para comenzar a reconstruir el Mito de Hyperbórea. Hyperbórea significa, literalmente, “más allá del viento boreal”.  Para los griegos, correspondía a la región al norte de Tracia, residencia del dios Bóreas.   Ese lugar era concebido por los griegos como una región de bosques frondosos impenetrables, plagado de criaturas terribles, al que seguía un inmenso espacio de océano congelado, la mítica región de los hielos eternos.  Hyperbórea estaría situada más allá de esta región, en una tierra de clima templado que seguiría a estos hielos.  Desde el punto de vista arquetípico éste es un dato no menor que habría que tener en cuenta, en la serie de correspondencias y analogías que irán desplegándose en torno del mito.  

Otra versión del mito identifica a Hyperbórea con la Isla de Ávalon, conocida también como la “Isla Blanca”.   El nombre de Ávalon viene de Albionia, antigua denominación con la fue conocida la Isla de Bretaña.   Los griegos hablan en sus mitos de “Leuké”, la Isla Blanca, (de “Leukós”, que en griego quiere decir “blanco”).  Diodoro de Sicilia habla de Hyperbórea y la llama la “Isla Blanca” (Leuké). Según este autor la Isla se hallaría en el Océano más allá de los Pilares de Hércules, enfrente de la Patria de los Celtas.  También Cólquida, en la saga de los argonautas, se hallaba más allá de los Pilares de Hércules, en los confines de la Tierra.   Los hindúes hablan de Çveta Dvipa, la Isla Blanca, o Isla Resplandeciente, residencia del dios Vishnu, ubicada también en el último lugar del mundo. Ávalon, Leuké y Çveta Dvipa son Islas Blancas, Islas de la transfiguración espiritual, lo mismo que Cólquida, residencia del vellocino dorado.  En todas ellas la correspondencia con Hyperbórea es explícita.  Según esta otra versión del mito Hyperbórea habría sido una Isla Blanca o Isla Resplandeciente (la famosa Isla de los Bienaventurados, quizá), ubicada en el Gran Océano, en alguna región perdida en los confines de la Tierra.  Hyperbórea era la residencia de Apolo, lo mismo que Çveta Dvipa era la tierra originaria de Vishnu.  Existen correspondencias y analogías extraordinarias entre Apolo y Vishnu, lo mismo que las hay entre Dionisio y Shiva.   Vishnu es a Shiva lo que Apolo es a Dionisio y viceversa.  Desde una perspectiva arquetípica la identificación entre Çveta Dvipa e Hyperbórea está ampliamente justificada, pues el rol arquetípico que juega Apolo entre los griegos guarda sincronicidad con el papel que desempeña, entre los hindúes, Vishnu (esto se explicitará más adelante cuando  abramos a la comprensión del lector a las claves de la inteligencia arquetípica).   
Pero también es clara la identificación de Hyperbórea con Ávalon, Leuké y Cólquida, las islas delOcéano más allá de los Pilares de Hércules en las que se conserva un tesoro de naturaleza espiritual (el sagrado Graal en Ávalon y el vellocino dorado en Cólquida).  Según Strabone esta Isla se hallaba a seis días por mar de Bretaña en las proximidades del mar congelado.  El Mar congelado es el Mare Cronide, lugar en el que, según Plutarco y Plinio, yace dormido Cronos.  En la mitología griega Hyperbórea es la tierra a la que es llevado Cronos encadenado tras ser derrotado por Zeus, su hijo.  Este es otro paralelismo simbólico interesante, pues Cronos representa al Tiempo (de hecho Xronos, en griego, significa Tiempo).   En Hyperbórea Cronos yace dormido o encadenado.  El simbolismo de esto es evidente.  Se trata de una Isla en la que el tiempo no transcurre (Eternidad), o marcha en una dirección contraria (Involución), la dirección del retorno a la Edad dorada, la Edad de los Héroes y los Dioses.  

Entre esta segunda versión del mito y la primera existe todavía otra analogía interesante.  En el primer relato  Hyperbórea se halla más allá de los Hielos Eternos, en el extremo Septentrión.  En la segunda versión Hyperbórea se halla más allá del Mare Cronide, el mar de las aguas congeladas.  Tanto los Hielos Eternos como el Mare Cronide constituyen un arquetipo de lo insondable, un símbolo de los peligros que depara el viaje hacia el sí mismo.  También el bosque es un arquetipo de los peligros de lo insondable, la región o tierra que se precisa atravesar para llegar al sí mismo.  En términos simbólicos el bosque, el mar, los hielos eternos representan las pruebas del alma, los desafíos que el héroe debe superar para conquistar la inmortalidad.  Hyperbórea simboliza la inmortalidad a la que sólo se puede acceder tras cruzar un bosque de vegetación frondosa e impenetrable, a la que le sigue un mar de aguas congeladas o los hielos eternos.  En la otra versión del mito Hyperbórea se halla en los confines de la tierra, símbolo esto último de lo inalcanzable, a la que se llega únicamente por mar, tras atravesar un océano de aguas profundas y peligrosas. 

Una última correspondencia analógica vincula a Hyperbórea con “airyanem vâejô”, la residencia originaria de la estirpe aria.  El símbolo peremnis de los arios ha sido siempre la swástika, forma hindú estilizada de la cruz céltica, símbolo de Ávalon e Hyperbórea.   De hecho Vishnú, dios que reside, según la mitología de los hindúes en Çveta Dvipa (Hyperbórea), tiene como símbolo representativo la swástika.  Se ha establecido que este símbolo presta su estructura básica a todo el simbolismo ario, influyendo desde ese universo cultural a todas las formas de cultura que, en alguna medida u otra, han tenido algún grado de contacto o relación con los arios.   La forma primitiva del símbolo prescribe una línea recta horizontal atravesada por una línea recta vertical en la forma de una cruz con todos sus brazos equidistantes y encerrada en un círculo.   El círculo simbolizaría el no-tiempo, la eternidad, o una concepción del tiempo desde la perspectiva del retorno o la involución.  La línea vertical representaría el principio masculino de lo manifestado, la horizontal, el lado femenino.  El símbolo, en su completud, representaría la idea aria de lo perfecto, ideal que en su devenir trascendente irá cobrando otras formas análogas de representación.

Analogías, Sincronías y Sincretismos  

Más allá de todas las consideraciones previas sobre Hyperbórea, los dioses y los símbolos que la  representan, el mito en sí redunda en una estructura básica de la que podemos desprender su función como arquetipo.  En todas las versiones de este mito Hyperbórea aparece como una Tierra mágica de clima templado, con una abundante y generosa vegetación, ubicada en el extremo septentrión o en los confines más remotos de la tierra, liberada del tiempo, a la que se puede llegar sólo sorteando bosques impenetrables, hielos eternos o mares congelados, cuya civilización habría participado de una forma de conocimiento trascendente, y en la que sus habitantes habrían sido seres venidos de otras estrellas.  Todos estos aspectos del mito nos hablan inequívocamente de un símbolo-arquetipo, de una estructura de la realidad trascendente, cuya comprensión se haga, quizá, más nítida si se pone en relación este mito con las distintas formas de correspondencia de las que ya hemos hablado, y de algunas otras que nos falta por mencionar.

Hyperbórea, residencia de Apolo

Partamos, pues, por establecer la primera correspondencia y sincronía.  Trátase de Hyperbórea como residencia Apolo.  Según cuenta la leyenda Apolo se retiraba a Hyperbórea cada diecinueve años para rejuvenecer.  Esto sugiere que la región fue concebida por los griegos antiguos como un lugar mágico de transfiguración.  Apolo rejuvenece en Hyperbórea.  Aceptemos que rejuvenecer es otra forma de renacer.  El renacido es un rejuvenecido, pues en el volver a nacer se experimenta la misma opera alchimica que en el acto de rejuvenecer.   Ahora bien, en lengua sánscrita, la palabra para decir “renacer” es “aryo”, de donde deriva la moderna palabra “ario”.  El ario o aryo es el renacido, el rejuvenecido en el espíritu.  Es preciso recalcar esto último, pues la condición de “aryo” o ario es la de un “hombre espiritual”, o la de un hombre vuelto a nacer en el espíritu.  La palabra también, en otras acepciones, se identifica con la condición de noble, de donde desprendemos que, en la época antigua, la nobleza estaba asociada más bien a una condición espiritual (de iniciación) más que a la posesión de riquezas materiales. 
Si Apolo rejuvenece en Hyperbórea es porque Hyperbórea es un lugar mágico, una tierra de trasfiguración.  Ese poder está representado en otros mitos por diversos objetos o cualidades, entre las que destaca lo “resplandeciente”, los colores “dorado” o “blanco”, y, en algunos casos, la propiedad esférica o piramidal de los objetos.  Ejemplo de ello son las manzanas “doradas” del jardín de las Hespérides, o el vellocino de “oro” que custodia el dragón en la remota isla de Cólquida.  Ambos objetos son dorados y resplandecen del mismo modo que la Isla de Ávalon y Çveta Dvipa, la Hyperbórea de los hindúes, residencia de Vishnú.  Pero también, ambos objetos son mágicos y representan la inmortalidad.  Quien come de las manzanas doradas del jardín de las Hespérides alcanza la inmortalidad, lo mismo que quien posea el preciado vellocino de oro.  En la mitología pagana más antigua la misma función está reservada al Graal, la piedra mágica desprendida de la corona de Lucifer.  El Graal es igualmente una piedra resplandeciente, con cuyo poder se alcanza la opera alchimica máxima, la trasformación de los elementos.  Adicionalmente, las manzanas del jardín de las Hespérides y el vellocino de oro poseen el mismo poder.  Ello llevó a los antiguos a postular a Hyperbórea como la patria originaria de este antiguo poder.  El vellocino de oro, las manzanas del jardín de las Hespérides y el Graal no son sino tres nombres distintos para referir la misma realidad arquetípica.  Esa realidad no es otra más que la de la Opera Alchimica, el poder de la trasformación de los elementos, la transfiguración (o liberación) del Espíritu.

Lucifer y El Graal originario

El segundo paralelismo y sincronía está referido a Ávalon, Leuké y Çveta Dvipa.  Según los relatos medievales Ávalon es la residencia del Graal.  El Graal responde a una tradición pagana antiquísima echada a perder por las tergiversaciones y añadidos que ha hecho el cristianismo.  En su sentido original el Graal no tiene nada que ver con la copa de ningún carpintero galileo crucificado en el medio oriente.  Antes bien, el Graal es un símbolo arquetípico fundamental del inconsciente colectivo ario.  Las leyendas más antiguas del Graal dicen que éste es una piedra preciosa desprendida de la corona de Lucifer tras la caída de éste del paraíso (según las fuentes provenientes del Wartburgkrieg).  Lucifer, por cierto, no es el diablo.   La asociación entre Lucifer y el diablo es algo relativamente tardío y forma parte de una de las tantas tergiversaciones que ha llevado a cabo el cristianismo.  En las tradiciones más antiguas Lucifer (Eosphoros, en griego) aparece como una divinidad menor, como un dios asociado a la stella matutina o stella vespertina (venus).  Es el portador de la luz o de la Aurora, el que ilumina en la oscuridad.    No existe, en rigor, ningún relato bíblico que haga referencia a la conocida historia de Lucifer y su expulsión del paraíso.  Los dos únicos pasajes de la biblia en que parece basarse esta historia son tan ambiguos que no constituyen una fuente sólida para referir dichos acontecimientos.    No obstante esto, la historia parece haberse popularizado al margen de los relatos bíblicos y para el siglo XIII constituye una historia solida y de profundo raigambre popular.  Basado en los textos de Isaias 14 y Exequiel 28 la imaginación del Medioevo supuso que había existido, en el principio de los tiempos, una gran conflagración entre Dios y Lucifer, el ángel rebelde.  El motivo de la discordia habría sido la soberbia de Lucifer, quien como principal y favorito de Dios creyó poder igualarlo en poder y majestad.  Con una fuerza igual a un tercio de los ángeles del paraíso se rebeló contra Dios y protagonizó una guerra de la que saldría derrotado y expulsado hacia las regiones del inframundo.  Aunque esta historia, narrada así, no aparece en ninguna parte de la biblia y en ningún otro libro de data similar, ha pasado a la historia como la versión oficial de lo acontecido con Lucifer en el paraíso.   Y aunque ello es así, aunque la historia de Lucifer no es más que una recreación tardía hecha a partir de elementos de la tradición oral cristiana, no deja de sorprender los profundos paralelismos que guarda esta historia con otras historias surgidas en otros complejos culturales y étnicos, particularmente, en lo que dice relación con la cultura aria.   Después de todo esta historia se popularizó en el Medievo cristiano, entre gente europea, quienes pudieron muy bien, por asociación analógica, reconstruir sus propias leyendas a partir de los nuevos elementos que le referían las narraciones populares cristianas.  

En el Wartburgkrieg se cuenta que Lucifer, tras su caída al inframundo, pierde un objeto muy preciado, una piedra que se desprende de su corona.  Esa piedra es el Graal y simboliza, en principio, el poder y la majestad perdida por Lucifer tras su derrota.  La piedra se halla, según los relatos medievales, en Ávalon, la Isla Blanca (no olvidemos que Leuké e Hyperbórea son Islas Blancas) y su poder es tal que sólo está reservada a los elegidos tras sortear con éxito una serie de peligros.  El esquema arquetípico se repite.
Más allá de Lucifer y los relatos bíblicos, más allá incluso de la leyenda del Graal (a la que, por cierto, volveremos más adelante) los más antiguos relatos nórdicos y arios nos hablan, efectivamente, de una gran conflagración cósmica, de una guerra de proporciones épicas, en la que algunos dioses son derrotados y muertos en combate (Wotán entre ellos) o, simplemente, tras vencer, sucumben a la muerte (Thor, es un ejemplo de esto último).  Es el Ragnarok, o crepúsculo de los dioses, acaecido en la última y más oscuras de todas las épocas.
  
El Ragnarok

 Como ninguna otra la mitología nórdica describe un final para los dioses.  A diferencia de las creencias cristianas, judías e islámicas (todas, por cierto, surgidas del mismo tronco semítico), cuyas supersticiones les llevan a creer en la existencia de un dios eterno, la mitología nórdica, en cambio, propone un final de los dioses en el crepúsculo de los tiempos, final escatológico cuyas correspondencias y analogías con Hyperbórea cabe mencionar aquí.  La causa del Ragnarok, su motivo principal, es la conflagración que enfrenta, con suerte desigual, a dioses y gigantes; pero lo verdaderamente relevante, en esta línea de paralelismos y sincronías que construimos, es la desaparición conjunta de dioses, gigantes y otros seres que pueblan la tierra, junto al contexto escatológico que sirve de escenario a esta monumental batalla del fin de los tiempos.

En los Eddas puede leerse lo que sigue:

“El Invierno de Fimbul ya ha llegado. Cae mucha nieve desde los cuatro puntos del mundo; la escarcha asesina prevalece.  El Sol se oscurece a mediodía; ya no tiene alegría; tormentas devoradoras soplan sin fin.  Los hombres esperan a la llegada del verano en vano.  El invierno sigue al invierno tres veces en un mundo lleno de nieve, escarcha y hielo… no obstante, hacen guerras, derraman sangre y existe cada vez más maldad…”

Y en otro pasaje:

“Hay desastre en el cielo.  El lobo gigante Skoll se ha acercado cada vez más hacia el Sol, y ahora lo traga.  La Luna es devorada por Hati-Managarm… Así que el Sol está oscurecido a mediodía, y los cielos y la tierra se ponen rojos de sangre, los tronos de los grandes dioses gotean sangre.  La Luna también está perdida en la oscuridad, mientras las estrellas desaparecen de los cielos… Midgard arrasado; el humo ronda por las cumbres de las montañas; todo se quema; nada vive.  Asgard está arrasado y el fuego envuelve el tronco de Ygdrassil… La Tierra, ardiendo y negra, se hunde en el océano; las olas la cubren…   Ahora ya no hay nada más sino una oscuridad espesa y un silencio total… ”

También el Völupsá ofrece una descripción similar del Ragnarok:

“El Sol se oscurece, se hunde la tierra en el mar, se agitan del cielo las brillantes estrellas; surge vapor furioso, el fuego se alza, y llega el calor hasta el mismo cielo”.

 Todos estos pasajes de la literatura nórdica reflejan un final escatológico de los tiempos, en la que dioses y demás habitantes del planeta desaparecen.  Ahora bien, más allá de la conflagración que enfrenta a dioses y gigantes en el final de los tiempos, más allá, incluso, del sentido escatológico de este final, lo verdaderamente importante, lo relevante en un primerísimo sentido, es el hecho que los dioses desaparezcan de la faz de la tierra, es la idea de que haya un fin para los dioses.  Esta cuestión es relevante porque marca un principio de originalidad en el relato nórdico.  Otros complejos culturales del mundo (por no decir, la mayoría de ellos) refieren un final apocalíptico de la tierra, con oscurecimiento de la Luna y el Sol, y lluvias de fuego que amenazan con quemar el planeta.  La historia del diluvio (la tierra tragada por las aguas de los mares o los océanos) también constituye una narración común a muchas culturas.   Pero la idea de que los dioses desaparecen en el final de los tiempos, cuando la Tierra es tragada por las aguas y el Sol y la Luna se oscurecen, esa idea, digo, sólo es común a los pueblos nórdicos de raza aria.

A diferencia del Ragnarok el mito de Hyperbórea no refiere ninguna catástrofe, ningún final escatológico en el crepúsculo de los tiempos.   Pero si se hurga más detenidamente se hallara en el Mito de la Atlántida la historia de una civilización que sucumbió en el lapso de una noche a raíz de una catástrofe del tipo escatológico.

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