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miércoles, 5 de octubre de 2016

La Naturaleza De Los Sueños

Hasta el siglo XIX no se relacionaron los sueños con el funcionamiento cerebral. Pero, desafortunadamente, demostrar el significado fisiológico de los sueños parecer ser una tarea difícil. Sueño y vigilia son funciones cerebrales y, por tanto, están sujetas al sistema nervioso. Hay que dormir para estar despiertos y estar despiertos para poder dormir. El sueño no es una situación pasiva ni una falta de vigilia. El sueño es un estado activo en el que tienen lugar cambios de las funciones corporales y cambios de actividades mentales de enorme trascendencia para el equilibrio psíquico y físico de los individuos.

Al cerrar los ojos estamos dando un primer paso hacia la fase I del sueño, donde el cuerpo inicia una distensión muscular, la respiración se vuelve uniforme, y la actividad cerebral se vuelve más lenta que la que había en vigilia. Después de unos minutos en la fase I, llega la fase II, donde las ondas cerebrales se lentifican aún más. Posteriormente, seguimos avanzando hacia un sueño más profundo, que recibe el nombre de sueño lento o fase III\IV, en el que las ondas cerebrales son ya muy lentas. Este proceso suele durar aproximadamente unos 60-70 min. Posteriormente ascendemos de nuevo hacia una fase II, para entrar en una nueva situación fisiológica denominada fase REM (rapid eye movement) (la característica de esta fase son los movimientos oculares rápidos) y la que nos ocupará en este artículo porque explica la mayoría de las teorías de los sueños. El conjunto de estas cuatro fases se denomina ciclo, y puede tener una duración total de 90-100 min. Estos ciclos se repiten en 4-5 ocasiones durante toda la noche, pero ¿por qué soñamos? ¿En qué momento del ciclo del sueño se producen los sueños?

En las personas, el sueño se inicia con el estadio descrito como hipnogógico, un período de varios minutos de duración en el que los pensamientos son imágenes sueltas o minidramas. Después le sigue el sueño de ondas lentas, llamado así porque en ese momento las ondas cerebrales del neocórtex (las circunvalaciones externas del cerebro) son de frecuencia baja y amplitud alta. Estas señales se miden mediante registros electroencefalográficos (EEG). El sueño procede por períodos discretos en los que las lecturas de EEG son de frecuencia irregular y de amplitud baja, similares a las que se observaban en las personas despiertas. Esos períodos de actividad mental configuran el denominado sueño REM (rapid eye movement) y la ensoñación ocurre durante estos intervalos. Durante el sueño REM, las motoneuronas están inhibidas, e impiden que el cuerpo se mueva libremente, pero dejan que las extremidades permanezcan ligeramente activas. Los ojos, bajo los párpados cerrados, se mueven rápidamente y al unísono, la respiración se hace irregular y se acelera el pulso. La primera fase del sueño REM de la noche aparece pasada hora y media de sueño de ondas lentas y dura unos 10 min. La segunda y tercera fases REM siguen a episodios más cortos de sueño. Tras la fase cuarta y última del sueño REM, que dura 20-30 min, el individuo puede despertarse. Si se recuerda el contenido de algún sueño suele ser porque se ha tenido en esta última fase. Desde el punto de vista evolutivo, la perpetuación de un proceso cerebral complejo como el sueño REM indica que se trata de una función importante para la supervivencia de los mamíferos. Algunos autores creen que el conocimiento de esa función podría revelar el significado de los sueños. Investigaciones con humanos demostraron que el 80-90% de los individuos que despertaban durante la fase REM había tenido sueños, pero si se les despertaba en otras fases del sueño fisiológico, la tasa de los que eran capaces de recordar algún sueño era apenas del 5-10%. A partir de aquí se produjo una cascada de experimentos que aportaron sucesivas explicaciones sobre los mecanismos bioquímicos y neuronales del sueño REM. Incluso se desestimó el resto del sueño fisiológico, y lo llamaron fase no-REM.

Partiendo de estos resultados y de otros experimentos, J. Allan Hobson y Robert McCarley, de la facultad de medicina de Harvard, desarrollaron en los años setenta el «modelo de activación-síntesis». Esta teoría explica que el cerebro durmiente intenta hacer exactamente lo mismo que realiza en estado de vigilia: con la información permanente que le llega de los órganos de los sentidos, intenta integrar los impulsos nerviosos y dotarlos de sentido. Es decir, en opinión de estos investigadores, el cerebro intenta hacer el mejor trabajo posible con unos ingredientes deficitarios. En otras palabras, el córtex frontal del cerebro relaciona impulsos carentes de sentido, sentimientos, sensaciones y experiencias previamente almacenados, y compone, a partir de esta conjunción, una historia más o menos concordante y que el sujeto percibe como sueño. De este modo, el modelo de activación-síntesis convierte en insostenibles los fundamentos básicos de la teoría de los sueños de Freud, puesto que los sueños no se basan según fenómenos psicológicos (la emotividad, la motivación, los recuerdos o los deseos inconscientes), sino por mecanismos de retroalimentación asentados en áreas cerebrales muy primitivas evolutivamente hablando. Esta teoría causó un gran impacto en el mundo de la psicología y el psicoanálisis, y a partir de ahí se realizaron numerosos estudios que llevaron a la conclusión de que la relación de la fase REM con el sueño y la fase no-REM, con la ausencia de sueño, era una teoría demasiado simplista. Otros investigadores descubrieron, más adelante, que la fase no-REM sí desempeñaba un papel. Las experiencias durante el sueño no-REM parecían ser más breves y construidas de forma objetiva y lógicamente racional, mientras que los sueños en la fase REM eran descritos como mucho más fantasiosos, emotivos y minuciosos.

En 1983, Francis Crick y Graeme Mitchinson postularon la hipótesis que soñamos para olvidar. Es decir, el cerebro, saturado por la gran afluencia de señales que percibimos en estado de vigilia, durante la noche, aprovecha la tranquilidad para liberarse del torbellino de informaciones recibidas. Imágenes, recuerdos o asociaciones que carecen de sentido son consideradas sobrantes y son examinadas y borradas del córtex. El soñar sería así un desaprender activo, lo que explicaría también por qué nos acordamos tan mal de las escenas nocturnas. En 1986 ofrecieron una revisión de su hipótesis. La eliminación de los pensamientos parásitos explicaría sólo el contenido extraño de los sueños. No podían afirmar nada sobre la narrativa de los sueños. Más aún, lo de «soñar para olvidar» se expresaría mejor como «soñar para reducir las fantasías o las obsesiones».


En definitiva, la ciencia y la experiencia pretenden demostrar que dormir es una actividad absolutamente necesaria para el ser humano. Durante el sueño tienen lugar cambios en las funciones corporales y actividades mentales, entre ellas los sueños, de enorme trascendencia para el equilibrio psíquico y físico de los individuos.

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