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martes, 5 de julio de 2011

¿Existió Homero? Un monumento literario sin autor seguro



La Ilíada y La Odisea, dos poemas que forman el más antiguo y el más conocido de los textos clásicos. Sin embargo, ¿quién es el autor? La tradición nos describe a un viejo narrador ciego cantando sus versos en las plazas públicas; los historiadores piensan en una obra colectiva, forjada a través de los años.

Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves, cumplíase la voluntad de Zeus, desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.

Con estas líneas comienza La Ilíada el primero de los dos poemas atribuidos a Homero. Relata en veinticuatro cantos versificados, la guerra de Troya, provocada por el rapto de Helena, esposa del rey Menelao. Los griegos sitian Troya. Aquiles combate para vengar a su amigo Patroclo, muerto por el troyano Héctor. El segundo poema homérico, La Odisea, tiene por héroe a Ulises, rey de Itaca, personaje secundario en La Ilíada. De regreso de Troya, Ulises se extravía en medio de tempestades y, durante diez años, recorre el Mediterráneo, enfrentando monstruos y hechiceros.

El nacimiento de la Historia
Aunque La Ilíada y La Odisea son estudiadas por los jóvenes griegos desde el siglo V a.C., la visión de la Historia que entregan es pronto discutida. Muy tempranamente, ambos relatos son considerados como una interpretación poética de hechos elevados a la categoría de la mitología. El primer autor que puede ser calificado como historiador es Hecateo de Mileto, en el siglo VI a.C. Sin embargo el que lleva el nombre de “Padre de la Historia” es Heródoto, nacido en Asia Menor en el 435 a.C. Dando la espalda a los mitos, Heródoto viaja, indaga, recoge testimonios y redacta nueve volúmenes que se refieren a Grecia, al Imperio persa, a Egipto y a las guerras médicas. No obstante, Heródoto carece aún de método, los relatos que recolecta son a menudo falsos o imprecisos. Veinticinco años más joven que él, Tucídides es el sucesor de Heródoto. Retomando el género inaugurado por este último, aporta el sentido crítico, el análisis y una visión más “científica” de la Historia. En menos de una generación, los fundamentos quedan planteados, la Historia se transforma en una disciplina por sí misma.

El primero de los clásicos
Durante el siglo VII antes de Cristo, aedos, poetas y bardos recorren Grecia cantando las dos nuevas epopeyas. Por todas partes sus relatos obtienen un éxito resonante y son pronto conocidos por todos.
En el siglo VI, Atenas es la primera en organizar una lectura pública integral. Además de sus cualidades literarias, expresan la unidad cultural griega: constituyen de alguna manera el símbolo de una civilización. En el siglo IV, el conquistador Alejandro Magno tiene siempre consigo un ejemplar de La Ilíada y La Odisea, donde quiera que sus campañas lo lleven.
Por supuesto, los dos poemas fueron ampliamente copiados y difundidos. Así, se conservan actualmente varios centenares de versiones de La Ilíada, cada una ligeramente diferente, hasta que el texto fuera depurado en la época alejandrina.

¿Cómo fechar la obra?
La sucesión de intervenciones de los diferentes copistas no facilita ciertamente en nada este trabajo. La tradición hizo por largo tiempo de Homero un hombre del siglo X ó IX. Sin embargo, las primeras lecturas reconocidas de sus dos poemas tuvieron lugar recién durante el siglo VII. El alemán Schadewaldt sitúa la gestación de las dos obras durante la segunda mitad del siglo VIII, precisamente en los alrededores del 720 a.C. Algunos datos arqueológicos parecen confirmar esta fecha. Efectivamente, Homero, que narra hechos que se desarrollaron supuestamente en la época micénica, comete numerosos anacronismos. Así, los jarrones fenicios que describe son del siglo VIII. Sucede lo mismo con todos los demás objetos de la vida cotidiana.
Sin embargo, los anacronismos no significan que la obra sea una mera ficción, ni que un solo hombre -Homero- la haya creado de golpe. Una tradición oral pudo haberse mantenido, los relatos que narraban los hechos de la guerra de Troya pasaban de boca en boca, luego esta tradición fue puesta por escrito, en el siglo VIII, gracias a la reciente invención de la escritura en Grecia.

¿Un poeta o dos?
Hasta el siglo XVII, nadie dudaba de la existencia histórica de Homero. La tradición lo ve nacer en Colofón. A menos que haya sido en Quío, Esmirna, Eos o Cymera... Varias ciudades se disputan el honor de haber sido su patria. La misma tradición quiere que haya sido ciego y haya vivido durante el siglo X ó IX a.C.
Sin embargo, en 1670, en sus Conjeturas Académicas, el abad de Auhignac denuncia las incoherencias de los poemas homéricos. Por primera vez pone en duda la existencia de un autor único, pero sus afirmaciones no recogen ningún eco. No obstante, un siglo más tarde, en 1795, el erudito alemán Friedrich-August Wolf publica una obra, Prolegomena ad Homerum, donde plantea las mismas interrogantes. Nos encontramos entonces en el siglo de las Luces, el espíritu crítico hacia los clásicos se ha desarrollado y pronto se abre el debate: ¿no se esconderán varios autores anónimos detrás de un pseudónimo colectivo?
La composición de los dos poemas es analizada. La Ilíada es una obra acabada, irreprochable en su composición. La Odisea parece, en comparación, más desordenada y falta de unidad. Grandes diferencias de fondo y de espíritu separan los dos textos. La Ilíada es un relato épico, su autor posee una visión grandiosa cósmica, los dioses son omnipresentes. Utiliza esquemas fijos en la estructura de ciertas escenas, como los combates y los encuentros. Se acerca a la tradición oral de los aedos: antiguas epopeyas y poesías genealógicas.
En cambio, el autor de la Odisea aprecia los temas fantásticos: monstruos, hechiceras, magos y sirenas. Los dioses, por el contrario, están casi ausentes. Incluso Atenea, que protege a Ulises durante La Ilíada, no se aventura con él en el Mediterráneo occidental; ésta no reaparece sino durante el regreso a Itaca. La Odisea da gran importancia a las escenas de la vida cotidiana, en búsqueda de la paz y la dulzura de vivir. No se encuentra el espíritu guerrero que marca a La Ilíada.
Actualmente, se admite que el autor de La Ilíada no es, sin duda, el de La Odisea. El análisis del lenguaje, así como de la visión poética, revela dos caracteres diferentes. El autor de La Ilíada vivió seguramente durante el siglo VIII; mientras que el de La Odisea lo hizo más bien en el siglo VII: las características de su poema revelan a un griego abierto a la navegación y al descubrimiento del Mediterráneo.
Tiene una nueva visión del rol de los dioses que ya no son "superhombres" omnipresentes. Los defectos de estructura y la falta de unidad de La Odisea permiten pensar que el texto es obra de diferentes narradores, la adaptación de varios relatos de tradición oral reunidos por un hábil redactor.

La Grecia micénica, un descubrimiento tardío
Homero y la arqueología. Hasta el siglo XIX, los historiadores hacen comenzar la historia de Grecia en el 800 antes de Cristo. Pero, a finales del siglo, los descubrimientos de un arqueólogo alemán ponen en duda estas fechas. Apasionado desde su infancia por La Ilíada y La Odisea, el autodidacta Heinrich Schliemann se lanza, a partir de 1866, en una aventura a la que consagrara su vida: probar la existencia de la civilización descrita por Homero.
Schliemann, descubridor de Troya. En 1870, sobre la colina de Hissarlik, en Asia Menor, encuentra, para sorpresa de sus contemporáneos, la ciudad de Troya, hasta entonces considerada como imaginaria. Sus excavaciones sacan a la luz las diferentes épocas de la ciudad y permiten reconstituir la anécdota que inspiró al aedo: la gran guerra de diez años fue en realidad una incursión de piratas y el caballo un exvoto de los asaltantes. Alentado por su descubrimiento, Schliemann prosigue sus excavaciones en Micenas, en búsqueda de la realidad histórica en la que Homero basó su ficción. Las excavaciones, aunque torpes y carentes de rigor, revelaron un periodo hasta entonces ignorado: la Grecia del segundo milenio a.C.
Las excavaciones del siglo XX. Numerosos arqueólogos se lanzaron en la brecha abierta por Schliemann. En 1939, el norteamericano Bregan encuentra, no lejos de la costa occidental del Peloponeso, un yacimiento que corresponde al palacio de Néstor, evocado en el tercer canto de La Odisea. En Chipre, el arqueólogo Karageorghis exhuma sepulturas que, una vez analizadas, muestran que el rito funerario empleado es exactamente el descrito en el canto XXIII de La Ilíada para la inhumación de Patroclo. Sin embargo, este rito que Homero presta a los micénicos es, en realidad, contemporáneo del aedo.

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