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Desde ya les agradezco a todos y pido disculpas si no se agrega la fuente por que muchos correos no la poseen y para no cometer errores no se agrega pero en este pequeño equipo estamos muy agradecidos para con todos. Muchísimas Gracias a todos en general por su valiosa información y por su cordial atención.

Equipo Infinito.



martes, 8 de marzo de 2011

La Campana De Espejos


Hace muchos cientos de años que los sacerdotes de Mugenyama, en la provincia de Totomi, necesitaban una gran campana para su templo. Pidieron, por lo tanto, a los feligreses que les ayudasen a recoger el bronce, entregando ellos sus espejos para fundir, y así poder fabricarla. (Esta es una vieja costumbre japonesa que sigue aún hoy en día).

En los tiempos a que se refiere esta leyenda había una mujer que vivía en Mugenyama, la cual entregó su espejo para la fundición de la campana. Luego, pensando en la donación que había hecho a los sacerdotes, se acordó de que aquel espejo había sido legendario en su familia, y empezó a lamentarse de haberlo hecho. La pobrecilla iba todos los días al templo, y allí, entre un montón que aumentaba paulatinamente, siempre vislumbraba su espejo. Muchas veces trató de recogerlo, mas fue inútil. Era una mujer pobre, pues de lo contrario hubiese podido entregar una suma de dinero a los sacerdotes y así haber rescatado su preciado espejo. De tal manera se amargó la vida, que se le hizo insoportable. Llegaba a pensar que el espíritu de su madre habitaba el espejo, acordándose del viejo dicho de su país: "el alma de una mujer está en su espejo".

Llegó el momento en que los espejos se amontonaron en tal cantidad, que fueron enviados a la fundición. Mas por mucho que trataban de fundirlos dentro del molde de la campana, todo era inútil. Una y otra vez trataron de fundirlo, en balde; no había manera. Los sacerdotes pensaron que una de las mujeres que había donado su espejo lo había heho de mala gana, y, por lo tanto, la frialdad de la donación no permitía la fundición. Naturalmente, en un pueblo tan pequeño todo el mundo se enteró de lo sucedido y por fin conocieron de quién era el espejo. La pobre mujer, no pudiendo aguantar tal afrenta, se quitó la vida, dejando una carta que decía: "Cuando esté muerta, no será muy difícil forjar la campana. Mas a aquel que llegue a romper la campana, sonándola, mi espíritu le recompensará con una gran fortuna".

Hay que saber que todos aquellos que mueren en cólera o se quitan la vida en este estado poseen una fuerza sobrenatural. Ahora bien, una vez que la campana estuvo fundida y colocada sobre el madero que se utiliza a guisa de campanario, el pueblo entero se acordó de las palabras de la suicida y a todas horas estaban al lado de la campana, sacudiéndola con gran fuerza, por si de esta manera conseguían romperla y ganar la fortuna que le carta prometía. Hasta tal punto llegó el escándalo, que los sacerdotes, hartos de oír la maldita campana, que traía de cabeza a todo el vecindario, la cogieron una noche y la hicieron rodar por la cuesta abajo, sepultándose en un gran pantano que allí había y de esta manera desapareció la campana, mas no así la leyenda, que la siguió llamando la Mugen-Kane o campana de Mugen.

Ahora bien: una de las cosas más curiosas de las costumbres japonesas es que el efecto mágico de un dicho o de una cosa sigue, aunque el acto u objeto antiguo haya desaparecido. Por ejemplo: hay que ser muy acaudalado para poder construir un templo a Buda; mas si un pobre hubiese de depositar una piedrecita delante del Buda en persona y ofrecérsela como un templo, el Buda lo tomaría como si se hubiese construido. Tampoco se puede uno leer los seis mil setecientos setenta y un tomos de los textos budistas; mas si se hubiese de leer un trocito con la fe firme de que se habían leído todos, esto serviría ante Buda de la misma manera.

Después que la campana había sido sumergida en el pantano, la gente seguía rompiendo cosas en memoria de la famosa campana. Y ocurrió una vez que Umegae estaba viajando con su marido, un famoso guerrero de la tribu de los Heike, llamado Kajiwara, y se encontraron con dificultades pecunarias muy estrechas. Umegae, acordándose de la campana de Mugen, formó una campana de bronce y comenzó a tañerla hasta que se rompió. Uno de los huéspedes, que estaba en el cuarto contiguo, preguntó a qué se debía tanto ruido, y al esplicárselo, le regaló a Umegae la cantidad de trescientos ryo.

De esta experiencia salió una canción que cantaban las bailarinas japonesas, que dice: "Si por romper la campana de Umegae pudiese yo ganar suficiente dinero, negociaría la libertad de todas mis compañeras".

Después de este hecho, la campana de Mugen se revistió de más fama y mucha gente siguió el ejemplo de Umegae, por ver si les pasaba lo mismo.

Entre la mucha gente que creía en esto se encontraba un campesino que se había gastado toda su fortuna en juegos y en mal vivir. Este sujeto hizo una campana de arcilla y la tocó hasta que se rompió, diciendo que era la campana de Mugen. No había hecho más que romperse, cuando del suelo surgió la forma de una mujer que llevaba en las manos un jarrón tapado. La mujer se dirigió a él, diciéndole:

- He venido a contestar a tu ruego tan ferviente; toma este jarrón, en justo pago por tus rezos.

Diciendo esto, desapareció de la misma manera que había aparecido.

El hombre, dando grandes gritos de alegría, entró corriendo en el cuarto de su mujer con el jarrón en las manos, que pesaba mucho. Entre los dos lo destaparon muy cuidadosamente, encontrando que estaba lleno hasta arriba de...
La aparición no volvió a la casa y el marido comprendió que la mujer había alcanzado ya el reposo.

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